Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
Posiblemente la respuesta más frecuente a la pregunta de quién es Mick Jagger sería “el cantante de los Rolling Stones”. Y a partir de ahí, la imagen de un icono del rock and roll suele inducir a pensar en la rebeldía, el desenfado, el glamour, la seducción o el descaro.
Pero tal vez esto no sea más que el personaje, el papel que Mick Jagger encarna en la comedia humana: un disfraz, una máscara.
Ahora que se estrena Hackney Diamonds, el nuevo álbum de estudio de la banda inglesa después de 18 años, es un buen momento para reflexionar sobre cómo vemos a Jagger… o cómo él quiere ser visto.
Primer acto: las máscaras
Mick Jagger entra en escena. Lo que vemos es su imagen pública, esto es, una proyección simplificada de su persona. Algo que, como advertía el sociólogo Erving Goffman, forma parte de nuestra vida social.
Como si fuese una pieza teatral, representamos un papel cuando estamos en público. Creamos, adaptamos o cambiamos de personaje en función del contexto en el que nos hallemos.
Al fin y al cabo, etimológicamente persona significa máscara. Existen de todo tipo. Desde las más espontáneas y naturales a las manifiestamente guiadas por un interés. Y si bien estas últimas son a menudo tildadas de falsas, cada cual asume un personaje en el theatrum mundi.
En cualquiera de los casos, ¿no habríamos de admirar este artificio, la maestría de saber fabricarse una bella máscara?
Segundo acto: los rostros de Proteo
¿Y cuáles podrían ser las máscaras de Jagger? Sus canciones nos dan pistas.
Unas veces tierno y sensible, otras frívolo y agitado, el mito de Mick Jagger se asemeja al de Proteo, ambos con capacidad para metamorfosearse. Los frecuentes cambios de temperamento dejan caer una máscara para ceder su lugar a la siguiente: tan pronto está comprometido como es indiferente, tan pronto ángel como demonio.
Quizás el ser humano sea proteico. Tal vez por eso, el poeta Fernando Pessoa escribía mediante heterónimos, nombres falsos a los que atribuía parte de su producción. Lo hacía bajo la premisa de “dar a cada emoción una personalidad, a cada estado de alma, un alma”.
El carácter camaleónico del mito de Jagger lo hace más complejo, pero no deja de ser una actuación.
Tercer acto: la musa venal
Todo es espectáculo, un mundo fascinante. Como diría el filósofo Guy Debord: perecemos sepultados bajo la pesada losa de nuestra imagen falseada e irreal. Es el reino de las apariencias y las vanidades.
Las máscaras de Jagger son un producto de marketing. Podríamos llegar a pensar que han sido creadas y calculadas para forjar modelos de identificación. Estas estrategias comerciales asignaron a los Stones la máscara estereotipada de la transgresión. Las estrellas del rock se convierten en un medio de rentabilidad económica. Era lo que Baudelaire revelaba en La musa venal: “Debes, para ganar tu pan de cada noche, agitar como niño de coro el incensario”.
Cuarto acto: entre bastidores
Sin embargo, no siempre nos encontramos en el escenario social. En soledad, en la vida privada, las máscaras descansan.
Entre bastidores, la ausencia de la mirada evaluadora nos devuelve a la libertad. Ya no hay ni focos, ni aplausos. Al margen de las convenciones sociales, las discreciones y la disciplina de cómo debemos comportarnos ante el auditorio, podría reinar la espontaneidad. Podría…
Y en ese acto de intimidad, aclara la filósofa María Zambrano, “guarda la música el secreto de la justeza del sentir, las cifras del cálculo infinitesimal del padecer”.
También hay sentires y padeceres ocultos en algunas joyas de los Rolling Stones:
Quinto acto: nadie conoce a Mick Jagger
En el último acto se resuelve la trama. Leemos en los Relatos verídicos de Luciano de Samósata: “Sólo hay una verdad que diré, todo es mentira”. Quizás en el teatro de la vida social no seamos más que ficciones de nosotros mismos y, como Pessoa, cada uno tendría que confesar que “sólo disfrazado logro ser yo”.
Nadie conoce a Mick Jagger tal y como nadie conoce a nadie. Decía el sociólogo Georg Simmel que no podemos conocer por completo a nadie, pues sólo percibimos fragmentos, trozos de los demás así como de nosotros mismos.
Por eso, puede que la única verdad sea la de la máscara. Pero más allá de la imagen-cliché y de las maniobras de marketing, apreciamos la música, a veces único lenguaje posible de la verdad.
Antes de que caiga el telón, escuchamos la extraordinaria celebración de la música en “Sweet Sounds of Heaven”.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de Teoría de la Comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.