Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
El escritor Jorge Luis Borges nos decía que “toda casa es un candelabro donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas”. El aislamiento domiciliario podría ser un motivo más de aburrimiento y tedio. Pero también una oportunidad para que, alejados de las preocupaciones habituales, nos miremos al espejo.
Vernos reflejados nos permite reflexionar. Nos distanciamos del ambiente familiar en el que vivimos. Es como haber parado en seco. En estos momentos de excepción es más fácil apreciar con nitidez los detalles inadvertidos de nuestras vidas cotidianas.
Todo aquello que somos o que creemos ser, o lo que nos gustaría llegar a ser, se ve reflejado en el espejo cuando uno sabe mirar con atención. Verá usted lo desapercibido.
En este periodo de retiro obligado y desasosiego, tal vez haya ocasión para unas cuantas reflexiones especulares:
1. Pensar en soledad
Aproveche para alejarse de las multitudes no sólo física, sino mentalmente. Pregúntese si prioriza bien su tiempo; si dedica usted el necesario a lo que en realidad ama o, al contrario, a ocupaciones baldías.
Imagine otras vidas posibles para sí mismo y para los demás. Pensar es ser utópico en el mejor de los sentidos. Y pensar también es decir que no, por mucho que disentir y salirse del redil moleste a quienes no entienden de diversidad y diferencias.
Pregúntese si su ritmo de vida es tranquilo o infernal y apresurado. ¿Se siente usted libre en su vida cotidiana? ¿Se limita a seguir la inercia de los caminos ya trillados?
“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera.”
Luis Cernuda, Si el hombre pudiera decir
Para esta tarea del pensar y en esa búsqueda del buen vivir, recurra a la ayuda de grandes escritores, por ejemplo. Ensanche sus horizontes de pensamiento. Lea con detenimiento y en silencio, en una soledad compartida, las ocurrencias de autores más sabios que usted. Sea humilde: nadie se basta a sí mismo.
No busque autojustificaciones para esas prisiones cotidianas que dependen de usted. Tampoco se consuele con soluciones fáciles y cómodas. Para vivir mejor a veces hay que sacrificar privilegios: ambicionar menos para vivir más. Escoja bien de quién dejarse aconsejar para ser sincero consigo mismo:
“Enciérrate en ti mismo cuanto puedas; relaciónate con los que han de hacerte mejor; admite a aquellos a quienes tú puedes hacer mejores”.
Séneca, Cartas a Lucilio
2. Conversar
No se puede vivir siempre en soledad. Los demás a veces son el problema, y otras veces la solución. Normalmente, las relaciones con nuestros congéneres suelen ser superficiales y funcionales. Todo lo medimos en números, en balances económicos, en rentabilidad. “¿Para qué me servirá esta persona?”
A la crisis invisible de afectos no le damos la suficiente importancia. Quizás este paréntesis de pesadilla pueda servir en algún caso para recuperar una relación deteriorada, un amor fosilizado o una amistad carcomida.
“Te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos”.
Mario Benedetti, Te quiero
No sólo en la calle podemos ser más que dos. También en la intimidad del hogar. Pruebe usted a mantener sencillas conversaciones con su entorno más cercano, ahora, cara a cara y en confinamiento.
Escuche en profundidad tal y como lee cada una de las sílabas y palabras de su poema favorito. Escuchar así es ya una declaración de amor, un te quiero, un regalo que ofrece con generosidad. Y no espere nada a cambio: una relación humana no es una transacción económica, y ésa es nuestra esperanza.
Esas conversaciones no tienen finalidad alguna, más que la de entrar en relación y sentirse escuchados. Son el encuentro desinteresado que forjará lazos afectivos, vínculos emocionales que construirán una verdadera comunidad.
Hable por hablar y escuche por escuchar.
3. Proyectar
Es tiempo de idear proyectos y ponerlos en marcha. No se convierta usted en un proyectil que colisiona con otros, lanzados por una inercia economicista devastadora. O deje de serlo si en ese espejo en el que se refleja ahora le desagrada lo que ve.
¿Qué hace usted cuya recompensa sea únicamente la alegría de haberlo hecho bien? En nuestra sociedad en exceso utilitarista, nada se hace porque sí: se confunde valor y precio.
Cada cual tendrá que encontrar sus proyectos. Algunos más sencillos, otros más complejos, unos individuales y otros colectivos, pero siempre desde la tranquilidad de espíritu.
La vida no debería ser un eterno concurso que discrimina entre ganadores y perdedores. Lo importante es el recorrido, el trayecto, no el simple hecho de llegar primero al destino. ¿Por qué no proyectar sin esperar “ser mejores que otro”?
Aprenda a escuchar en un mundo repleto de gente que habla para no verle. Aprenda a mirar con ojos que eran “trozos de infinito” para la poeta Alejandra Pizarnik. Ame la belleza que brilla en medio del caos, por encima de lo vulgar y lo frívolo.
Intente responder a la pregunta socrática “¿Cómo deberíamos vivir?”. Quizás Antonio Vega respondió a esta cuestión mejor que nadie. Deberíamos habitar esos hogares “donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos”.
Usted puede viajar a esos lugares de ensueño sin salir de casa. Sólo hay que mirarse al espejo e imaginar.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.